martes, 16 de junio de 2009

ELECCIONES EUROPEAS 2009. España, Europa y la crisis de la izquierda.

Ha pasado una semana desde la celebración de los comicios al Parlamento Europeo. Todos conocemos los resultados, tanto a nivel continental como nacional. ¿Cuáles han sido sus implicaciones? En perspectiva continental la cosa está bastante clara: la derecha, sumando al Partido Popular Europeo más otros grupos, se afianza como fuerza dominante ante el derrumbe de los partidos socialdemócratas. En España, el PP logra su primer triunfo electoral claro desde 2004. Por lo que nos toca comenzaremos por aquí. La campaña en España La campaña electoral en España ha sido lamentable. Probablemente la más pobre de los últimos años, tanto en la simpleza de los mensajes como en eludir la tarea fundamental de explicarle a los ciudadanos qué se estaba votando y para qué. Con el paso de los días, y las tribunas de los columnistas y tertulianos echando humo, hubo un intento de reconducir las cosas y hablar un poco más de Europa, pero de manera insuficiente. A grandes rasgos el argumento del Partido Popular ha sido repetir una y otra vez que el Gobierno es el culpable de la crisis y que ellos tienen la solución (aunque sin entrar en demasiados detalles), por su parte el PSOE se ha esforzado por identificar a su principal oponente con las prácticas que están en la génesis de la crisis y aderezarlo con los dos escándalos de corruptelas del momento: el caso Gürtel y los asuntos de Camps y los trajes. Precisamente dos caramelos para rentabilizar en votos en dos de las Comunidades Autónomas que el PP domina de calle: Madrid y Valencia. Si hubo algún intento de reconducir los debates de forma seria y POLÍTICA (las mayúsculas son a drede), los propios medios se encargaron de poner más énfasis en las batallitas dialécticas y la verborrea ingeniosa. Curiosa paradoja esta de quejarse de la calidad de los políticos y luego explotar las cosas que dicen los criticados por encima de las demás. Será que lo uno vende más que lo otro. De este modo se ha configurado una campaña que, como ya hemos reclamado en alguna otra ocasión, oculta al ciudadano el verdadero valor de Europa, qué se decide aquí y qué allí, generando una confusión que, por lo general, no ayuda en nada a animar la participación ni a clarificar las cosas al votante, al cual, por cierto, se le puede reprochar en muchas ocasiones una falta de cultura política esencial muy importante y una carencia de intención por mejorarla, pero si además no se lo ponen fácil desde arriba la pescadilla se morderá la cola eternamente. Los resultados en España Los números arrojan seiscientos mil votos de ventaja para el PP frente al PSOE, un 47,23% de los votos emitidos frente a un 38,51%. Las diferentes coaliciones nacionalistas y regionalistas no variaban mucho sus resultados con respecto a 2004 (más del 7%), IU se conformaba con un 3,73% e irrumpía la UPyD de Rosa Díez con el 2,87%. Los votos blancos se iban a 1,41% y la participación se quedaba en un 46%, un poco más que en 2004, pero muy por debajo del 63,05% de 1999 y las cifras superiores al 50% de todas las demás citas europeas en España. En términos comparativos el PP gana un punto con respecto a 2004, mientras que el PSOE pierde casi 5, quedando el resto más o menos igual salvo la mencionada entrada en liza de UPyD. Si hablamos de escaños hay que advertir que con motivo del reajuste de los miembros del Parlamento Europeo, España escogía este año una representación de 4 eurodiputados menos, con lo cual ya partimos de una situación en la que los dos grandes iban a perder con toda seguridad, sin embargo, los resultados electorales dejan al PP perdiendo 1 por los 4 que se han perdido en las filas del PSOE. De forma más gráfica, en 2004 el PSOE tenía 1 eurodiputado más que el PP y ahora éste supera en 2 al partido de Ferraz. La interpretación de los datos En los primeros días de la semana pasada la algarabía corría por la calle Génova hasta el punto de sugerir majaderías como la posibilidad de adelantar las Generales o someter al Gobierno a una moción de confianza. Mezclar churras con merinas nunca suele ser buena idea, y confundir los contextos menos aún. Afortunadamente todo quedó en agua de borrajas y Manuel Fraga, haciendo gala de las mil batallas que lleva a sus espaldas, puso la nota de coherencia con esa gráfica afirmación de que no es muy inteligente recomendar a un señor que se suicide, en clara alusión al papelón que le caería a Mariano Rajoy de fracasar estas maniobras. Mientras tanto, en el PSOE, cautela y análisis además de un cierto consuelo por ser el partido socialdemócrata que menos pierde en la debacle general europea.

Ya sabemos que, tras el recuento electoral, es habitual que a tenor de lo que dicen unos y otros, nadie pierda. Pero si hemos de ser justos los laureles deben ser para PP y UPyD. El primero simple y llanamente por ser el ganador, los segundos porque en tiempo récord han conseguido una irrupción en el panorama político español muy meritoria. El PSOE por su parte hace bien en mostrarse cautelosamente satisfecho, porque con la que está cayendo y viendo el mapa electoral europeo, sus resultados son bastante aceptables. Sin embargo hay una serie de cuestiones que no se deben pasar por alto a la hora de analizar la derrota del partido del Gobierno.

1. La crisis. Era de esperar que pasase factura. Primero porque se quiso negar su existencia en la campaña de las generales, y hay quien no lo olvida. Segundo porque tradicionalmente existe la creencia de que este tipo de coyunturas las gestiona mejor un partido conservador. En este sentido el daño ha sido menor de lo que cabía esperar con una losa con tan mala prensa.

2. La abstención. La gran sombra que planea sobre toda elección nacional, especialmente porque queda a estas alturas muy claro que de su nivel depende el resultado. Elección tras elección queda cada vez más patente que el electorado español se divide en dos grandes bloques que rondan siempre el empate técnico entre PP y PSOE. Esos dos bloques permanecen fijos entre el 40% y el 50% del electorado. Si nos vamos a las convocatorias electorales con mayores niveles de participación veremos que hay en torno al 20%-25% de electores que son abstencionistas. Esto nos deja un margen de otro 25%-30% que a veces vota y a veces no, y es aquí donde se juegan las elecciones. A tenor de experiencias anteriores, el PSOE tiene mucho más que ganar cuando vota esta cohorte de "dubitativos" que cuando no lo hace. ¿Por qué?

En primer lugar porque el votante del PP se muestra mucho más cohesionado y fiel en su voto, es decir, que casi siempre votan en masa. El mejor ejemplo de ello es su aparente inmunidad a los escándalos en sus filas. Los últimos meses han estado repletos de noticias sobre Camps, Fabra y la trama del espionaje madrileño, pero tras agitarse debidamente por sus rivales el resultado es que en los lugares en que el votante debiera haberse indignado y castigado al partido su afianzamiento ha sido mayor o ha salido indemne. El votante del PP no parece castigar estas situaciones, más bien se refuerza, y espero, por la salud democrática del país, que no sea una aprobación implícita a la corrupción si no más bien un mecanismo emocional de autodefensa ante lo que se puede interpretar como un complot y un ardid de la oposición y sus medios afines. Al menos hasta que no haya sentencias firmes, en cuyo caso la interpretación sería diferente. Estratégicamente cuentan con la ventaja de cubrir un espectro muy amplio de potenciales electores que van desde un conservadurismo centrista y moderno hasta posturas más cercanas a la ultra-derecha, y esto no quiere decir que, pese a que de vez en cuando aparezca algún responsable del partido que ponga en entredicho el "viaje al centro", el partido sea en sí un bloque ultra. La percepción relativa de ciertos ciudadanos sobre herencias del pasado y el tipo de modelo político que representa el PP tiene que jugar su importancia, especialmente si damos por buena la suposición de una ausencia de cultura política de calidad en la ciudadanía española en términos de información, conocimiento e interés. En ausencia de ello cabría reconocer que hay un buen número de electores que emiten su voto en función de sensaciones, percepciones y estímulos que reconocen como propios más allá de la coincidencia fiel con sus postulados ideológicos. El propio origen del partido atestigua que lo que hace 25 años era una coalición atomizada de pequeñas formaciones, muchas de ellas con estrechos lazos con el régimen franquista, es hoy un bloque cohesionado que no sólo pulió la atomización propia, si no que además absorbió la de otro partido, hasta entonces más importante y centrista que él, la UCD/CDS. La presencia por la derecha del partido de otras fuerzas políticas es residual, aunque, al menos en candidaturas, estas elecciones han mostrado un cierto resurgir de partidos nuevos, habituales por otra parte en tiempos de crisis, que acusan al PP de exceso de moderación.

Por su parte el PSOE cuenta con un caladero de votos en potencia más amplio por diversos motivos. En primer lugar tiene, como ya hemos dicho, un número de fieles constante muy próximo al del PP. Es el partido hegemónico del espectro que se desplaza del centro a la izquierda. Pero a la vez sufre las consecuencias de un hecho tradicional en el izquierdismo: la crítica interna. Sin entrar en el debate sobre si el panorama intelectual es más o menos activo y rico en la izquierda que en la derecha (tema que suele conducir a malas interpretaciones), al menos en lo tocante al electorado si que se aprecia una mayor disparidad de opciones críticas con la hegemonía del PSOE que hace que de una elección a otra haya bailes de votos. Fundamentalmente porque no todos los votos que el PSOE es capaz de recabar en grandes elecciones es puramente "suyo". El potente bloque que el PP ha sido capaz de erigir ha generado el ejercicio del anti-voto. En especial en elecciones en las que se elige Gobierno. Hay un numeroso caudal de votos provenientes de otras fuerzas de la izquierda (tanto a nivel nacional como de nacionalistas autonómicos), que ante todo no quieren ver ni en pintura al partido de Génova en el Gobierno. Al menos por el momento, mientras aún colean determinadas situaciones que mostraron la última legislatura de Aznar como la de un partido autoritario, prepotente, belicista y mentiroso. Al PP actual se le sigue viendo, desde estos sectores del electorado, como heredero de aquel. Por tanto, para estos electores, la carencia de una alternativa real de gobierno en la izquierda diferente del PSOE, provoca este alineamiento de voto en "la gran cita" que sin embargo tiende a diluirse en otros comicios, como los europeos, donde el voto tiende a ejercerse de modo más ideológicamente puro. Observando los resultados de las europeas podemos apreciar la miríada de pequeños partidos de izquierda o de esencia alternativa relativamente próxima a la izquierda que han logrado votos. Pero estas afirmaciones son para un tipo de elector que suele votar. Respecto a los "dubitativos" que mencionábamos las estadísticas nos muestran que, al menos 1 de cada 3 que finalmente votan, lo hacen en clave de izquierda y, mayoritariamente en favor del PSOE. Si son personas de decisión volátil o "desencantados" con la izquierda española es una pregunta aún por responder y probablemente un buen objeto de estudio, porque pese a que el reconocido "desinterés por la política" de muchos españoles en las encuestas casaría con esta cohorte, no es menos cierto que el llamado desencanto entre el votante de izquierda está también presente, basta con hablar con la gente para recabar este sentir. Me inclinaría a pensar que la gran mayoría de los "desinteresados" son aquellos que finalmente siempre se quedan en casa y los "desencantados" los que finalmente acuden y decantan. Ello explicaría esa ganancia de votos en el PSOE cuando la participación es alta, cosa que, como hemos visto, no ha sido así en estas elecciones.

3. Por tanto ya tenemos el primero de los elementos esenciales que han diferenciado estas elecciones de otras: la abstención. Pero hay otro más que no ha de ser olvidado, la aparición de UPyD con casi medio millón de votos en toda España, con feudo fuerte en Madrid, donde ha sacado más de dos puntos a IU para situarse como tercera fuerza de la región. En las generales de 2008 daba la sensación de que se quería interpretar al partido de Rosa Díez como una oportunidad para quitarle votos al PP por su izquierda, fundamentalmente porque la cobertura mediática a este partido ha estado centrada sobre todo en medios del perfil del diario El Mundo, y por tanto con mayor eco en un votante de centro-derecha. Pero esto no está nada claro observando lo que pierden otras fuerzas de izquierda con respecto a UPyD. En un contexto de amplia abstención es arriesgado definir la procedencia de los votos de UPyD ya que no hay un contexto general comparativo, pero sobre el papel parece difícil creer que votantes del PP hayan marchado en masa a votar al partido de una ex-socialista. Más bien me inclinaría a pensar que hay un conglomerado de gente joven ilusionada con un nuevo proyecto, de corte centro izquierdista moderado, un porcentaje de abstencionistas y otro de dubitativos, más un perfil de votantes muy determinado que apoyan a este partido. Y ese perfil determinado no puede provenir de otro sitio que de aquellos que responden a los motivos que llevaron a Rosa Díez a salir del PSOE para embarcarse en esta aventura: la negociación con ETA y las relaciones del Estado con determinadas autonomías. No hay que olvidar que en sitios como Madrid este es un discurso con calado entre votantes de centro-izquierda. El futuro de UPyD pasa por elaborar un programa y un discurso que vaya más allá de ese motivo original, porque el paso del tiempo y el olvido harán mella. Y en ello parece que están. Rosa Díez se está perfilando como una candidata valiente y honrada, que trata de dar una imagen de cercanía muy diferente a la de los grandes espadas de los dos partidos hegemónicos, cosa que, de entrada, encaja bien con las quejas típicas del ciudadano a la hora de valorar a sus políticos. Pero además hay algo que llama poderosamente la atención en la declaración de intenciones de UPyD: no se definen ideológicamente. Juegan a que defienden posturas en las que creen independientemente de que estas se alineen en la izquierda o la derecha en función de lo que opinen sobre ellas PP y PSOE. Es decir, niegan el papel de la ideología, de la etiqueta, y dejan que sea el personal quien lo haga. Con franqueza creo que filosóficamente este es un craso error porque pocos son los actos humanos que no tienen detrás una forma determinada de pensar y que no puedan ser calificados como próximos a una u otra tendencia. En cierto sentido es negar la esencia de las cosas. Pero por otro lado reconozco que les puede dar rédito porque desde hace tiempo se nos viene machacando con que las ideologías son malas y cada vez cunde más la creencia en que es mejor la gestión que las ideas y el "no-alineamiento".

Conclusiones nacionales
Por todo esto no creo que estas elecciones hayan deparado nada inesperado, ni tampoco nada que asegure que estamos ante un vuelco político de importancia en el país. Queda aún más de media legislatura para las siguientes Generales y habrá otra cita importante por medio, la de las Municipales y Autonómicas para volver a medir las fuerzas. Lo más relevante, de momento, es que vista la coyuntura, el PSOE ha salvado los muebles y que el PP logra un achuchón de confianza para seguir con estabilidad, al menos para la dirección actual, en su objetivo de alcanzar la Moncloa en 2012.

¿Y Europa?
Habría que efectuar un análisis muchísimo más amplio y pormenorizado para evaluar la situación en cada uno de los países miembros de la UE, pero si hay un dato relevante es el batacazo en toda regla de los partidos socialdemócratas. El Partido Popular Europeo dominará la Eurocámara además de experimentar un considerable ascenso de euroescépticos y representación de diputados ultraderechistas. Suecia y Grecia se sitúan como únicos oasis y, aunque el sufrimiento es la regla general para todos los partidos de gobierno (independientemente del color), países tan significativos como Gran Bretaña, Alemania y Francia han experimentado un castigo a laboristas, SPD y Partido Socialista respectivamente fuera de toda regla. De hecho, el partido de Gordon Brown, sumido en un escándalo tras otro, cae a un histórico tercer lugar en el orden de votos británicos. Tampoco son halagüeños los resultados del SPD, que tras varios años en una coalición de gobierno ejemplar con los conservadores de Angela Merkel (fruto del empate en las anteriores elecciones) ceden nada menos que 18 puntos en estos comicios europeos. Demasiada diferencia y poca rentabilidad de su presencia en el Gobierno. Los socialistas franceses por su parte no hacen sino confirmar la crisis que vienen sufriendo desde ya hace años. En Holanda, país que lleva años jugueteando al igual que Austria con la ultraderecha, el partido de Wilders se ha encaramado en la segunda posición.

La crisis no puede explicar por sí sola estos resultados. Es evidente que una coyuntura así favorece el crecimiento de posturas radicales. La historia lo ha demostrado una y otra vez, y vuelve a hacerlo en cuanto el fantasma del paro asoma y en las calles afloran inmigrantes. También se da por hecho el sufrimiento de los partidos de gobierno, pero el castigo a los partidos socialdemócratas no tiene precedentes. Pensar que la derecha cómplice del advenimiento de la crisis es la solución provoca dolor de cabeza. Europa no se ha vuelto de derechas, el votante de izquierda se ha quedado en casa. Es una cuestión que va más allá de la crisis, aunque quizá esta sirva para replantear las cosas.

La socialdemocracia enferma
No es la primera vez que lo siguiente se menciona: la socialdemocracia nació para conjugar democracia y socialismo renunciando a las vías violentas de acceso al poder y la dictadura del proletariado. Suena a discurso viejo, pero conviene recordarlo para saber de dónde vienen las cosas. En ningún lugar se dijo que la socialdemocracia naciese para hacerle el juego al sistema capitalista. Hubo un tiempo en que la economía mixta de mercado funcionaba, en que el Estado guardaba para sí atribuciones de impensable privatización, y ciertas regulaciones existían para evitar desmanes que hoy vemos muy claros. Aquello dio como fruto el llamado Estado del Bienestar cuyo paradigma fueron los países nórdicos. Tampoco le fue mal a Alemania o Francia, países que forjaron los partidos socialdemócratas más potentes del continente.

¿Qué ha pasado? La irrupción mundial del neoliberalismo neocon demonizó ese sistema, impuso al mercado como nuevo Dios todopoderoso y clamó a los cuatro vientos la privatización de todo, la cuasi desaparición del Estado como tal y su función social. En este viaje las socialdemocracias fueron cediendo poco a poco, sabiendo que muchos de los mensajes de la derecha liberal y económica resultaban populistas y de mala oposición. A nadie le gusta que le suban los impuestos, nadie quiere colas en la sanidad pública, los colegios públicos crían mala fama, el ciudadano decide automáticamente si le dan a elegir entre individualismo y colectividad. Lo sucedido en los últimos 30 años es digno de un estudio mucho más profundo, pero lo que interesa resaltar es que la izquierda europea ha querido jugar en el patio del rival con las reglas del otro, y le ha ido mal, por tratar de moverse en un medio que no es el suyo. No era fácil, desde luego, enarbolar ciertas banderas tras la caída del Muro, pero puede que nos avecinemos a una travesía en el desierto que igualmente hubiese habido que pasar, pero antes, de haber empezado a poner las cosas en su sitio en su momento. Los partidos socialdemócratas deben entender que la interpretación correcta de los resultados de estas elecciones es que han generado una gran desafección entre el votante de izquierdas y que necesitan urgentemente replantearse el rumbo, regenerar el discurso y volver al campo que dominan, fundamentalmente para poder generar de nuevo programas creíbles e ideas renovadoras. Bien lo deberían tener ya asumido los laboristas con lo que está pasando en Gran Bretaña tras los años de Tony Blair y el famoso experimento de la Tercera Vía de Anthony Giddens. El público lo demanda, y probablemente la situación mundial también si se quiere poner coto a muchas cosas y a muchos niveles.

Un Estado que deja la sociedad en manos del poder del dinero no es un Estado social y menos aún un partido socialdemócrata que lo gobierne puede llamarse como tal. Ahí van una serie de ejemplos que no creo que definan a nadie por ser de izquierdas ni socialista:

1. Permitir que el mercado fije libremente los precios de algo tan básico como la vivienda, es decir, que se especule para el enriquecimiento exponencial de unos cuantos jugando con un bien esencial de la ciudadanía que, por cierto, acaba vulnerando el derecho constitucional a una vivienda digna.

2. Permitir, como consecuencia de ello, el sobre-endeudamiento de las personas, sometidas a la dictadura bancaria. Que estas entidades den año tras año beneficios multimillonarios a base de hipotecar a la ciudadanía no es redistribuir riqueza, es acumularla en pocas manos.

3. Acudir en ayuda de estas entidades, que han especulado y jugado con los activos de un país entero mientras el ciudadano de a pie encuentra migajas como cobertura.

4. Permitir que en una situación de crisis, en las que familias y pequeñas empresas se van a la bancarrota y la ruina, los bancos se acaben quedando con sus bienes, incluso después de años pagando religiosamente que en muchos casos han reportado beneficios superiores a la deuda, acumulando riqueza que en algún momento rentabilizarán. Esto es espacialmente sangrante cuando sus multimillonarios accionistas reciben la ayuda del Estado en lugar de responder ellos con sus propiedades como hacen los demás.

5. Consentir, en suma, la irresponsabilidad bancaria en la concesión de créditos arriesgados cuyas consecuencias pagarán los ciudadanos y a la vez dejarán a medio país en manos de estas entidades.

6. Castigar, desde la Administración, a la persona y la pequeña empresa que se arruina con embargos y ejecuciones, sin prórrogas ni la misma ayuda que reciben los bancos, además de la indefensión de los autónomos.

6. Permitir la ingeniería financiera sin límites.

7. Ser cada vez más condescendiente con la privatización y externalización de servicios básicos para la ciudadanía.

8. Creer que el progreso y la macroeconomía lo es todo para la buena marcha de un país.

9. No decidirse, de una vez por todas, a afrontar los problemas medioambientales con firmeza.

10. Consentir la degradación de la escuela pública con el agravio comparativo de ayudar con grandes sumas de dinero a la llamada educación concertada, la cual, por cierto, está casi toda en manos de la Iglesia Católica, la cual, en un país aconfesional como España, se permite gozar de privilegios en impuestos y desafía una y otra vez al Gobierno.

11. No imponer un sistema de impuestos auténticamente proporcional a los ingresos bajo la excusa no reconocida de que esto fomentaría el fraude.

12. No construir un modelo productivo sostenible, real, que genere planes de vida, duradero en el tiempo.

Y son sólo algunos ejemplos.

Nos decía algún profesor en la facultad que desde que los grandes partidos encajaron en la clásica tipología del Catch-all-Party las diferencias se han limado. Que la tendencia era acudir al centro, diluir el discurso y el mensaje ideológico para abarcar cuantos más votos fueran posibles. Esto, dentro de un contexto sistémico de capitalismo duro favorece a los partidos de derechas, pero deja coja y huérfana a la izquierda. Dentro de ese mito se presuponía que las apuestas arriesgadas sólo servían para perder votos porque el auge de las clases medias tendía a moderar al electorado. Ya se sabe, aquello de que se lucha cuando no se tiene y se conserva cuando sí. Sin embargo cada vez que aparece una apuesta valiente la gente la respalda. Lula fue un torbellino de ilusión en Brasil, lo mismo que Zapatero logró movilizar en 2004 un voto joven adormecido y desilusionado, cuando no simplemente pasota, desinteresado y desinformado, y el año pasado asistimos estupefactos al huracán de Obama. Otra cosa es que luego decepcionen más o menos, pero que la gente responde ante la ilusión es un hecho. Me niego a pensar que el mundo, en masa, es conservador.

El PSOE, en España, ha acometido en estas dos legislaturas políticas valientes, muchas de ellas pioneras, pero la gran política aún no ha cogido el toro por los cuernos. Si nos fijamos bien se ha pretendido recuperar la palabra izquierda en el discurso por encima del término progresista. Es probable que alguien ya se haya dado cuenta del problema, pero aún le queda por caminar para abandonar ese estilo socialdemócrata que hemos criticado y hacer realmente honor a las siglas del partido. Visto lo visto en estas elecciones puede que el español sea el partido socialista de toda Europa que en mejores condiciones esté para emprender este viaje y servir de ejemplo. El otro punto de esperanza es que parece que también empiezan a haber medios que dan cobertura a este asunto. El diario Público se explayaba el pasado sábado en un reportaje amplio titulado "Aviso: la izquierda se hunde cuando imita a la derecha". En él varios intelectuales de todo el espectro de la izquierda daban una opinión sobre la debacle europea en consonancia con semejante título. Las conclusiones principales de cada uno de ellos no tienen desperdicio. Ojalá el hecho de que significativas voces clamen en este sentido hagan repensar la situación a los grandes dirigentes de izquierdas, pero que la tarea es ardua es indudable. Tal y como sentenciaba Concita de Gregorio, directora del periódico italiano L'Unitá, en una sociedad como la actual, modelada a gusto por la propaganda consumista del gran capital y la derecha, "el dinero vence en el combate con los ideales".

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