jueves, 12 de febrero de 2009

MANIFIESTO FURIOSO

Hace alrededor de dos años que algunos empezamos a oír hablar de la crisis que se avecinaba. Hace casi uno que la teníamos encima, y ya van unos cuantos meses en los que día sí, día también los telediarios se abren con preocupantes datos y noticias relativas a ella. Recuerdo que más allá, en los últimos años de la última legislatura de Aznar, el Banco de España remitía con preocupación informes sobre el alarmante endeudamiento que estaban adquiriendo las familias españolas y conminaban a los bancos a controlar la alegría con la que otorgaban créditos y préstamos. Por aquel entonces ya había gente que miraba con preocupación el modelo de crecimiento español basado fundamentalmente en el ladrillo y la especulación urbanística. Un modelo efímero, irreal y que tarde o temprano acabaría por colapsarse. Con el paso del tiempo, y a fuerza de golpes de la realidad, se fueron encendiendo las alarmas. Aquellos meses coincidieron con el período electoral español y, por puro interés electoral, el PP trató de exagerar la situación mientras el PSOE la atemperaba. El uso electoral de la economía es un tema que algún día habrá que destripar para ver en qué forma todo el mundo lo utiliza para su propio beneficio sin ser capaces de explicarnos de verdad cuáles son las competencias y capacidades reales de un gobierno en esta materia dentro de un mundo global y sujeto a restricciones internacionales. Que la economía les sirve a los partidos como arma cuando toca es algo que cada día tengo más claro, y que a sabiendas de que unas veces será en su contra, pero otras en su favor, son reticentes a explicar de una vez por todas que el sistema maniata en un porcentaje muy alto a los gobiernos nacionales para manejar la economía. Parece una especie de pacto no escrito para repartirse esta quijada en función de la eventualidad. El caso es que a día de hoy ya nadie niega que estamos ante una crisis de proporciones “desconocidas”. Y en ello coinciden tanto los académicos especialistas como los políticos. No me interesa lo que digan los financieros y banqueros. Pues bien, dando por buenas esas proporciones desconocidas creo que es hora de hablar de muchas cosas que rodean a la crisis, y que no solamente son economía, creo que es hora de lanzar un mensaje furioso, porque uno ya está hasta las pelotas de asistir a esta farsa sin ver una pizca de hartazgo social.
No soy economista, es un tema que reconozco necesario que existan expertos, pero que me aburre y, en muy buena parte, no comprendo, probablemente por la dificultad para moverse sin una preparación específica en una jerga tan particular y en unas parcelas a veces tan intangibles e irreales. Quedémonos con la palabra irreal porque volverá a salir. Sin embargo creo que llego a entender el meollo de la cuestión, el problema de fondo, y por ello doy gracias a mis conocimientos socio-políticos. Esto es lo que alguien con este perfil entiende de lo que está pasando:
Si leemos un poquito y alcanzamos una perspectiva histórica para ver las cosas no será muy difícil llegar a la conclusión de que hemos sido domesticados y que vivimos en una dictadura global laxa, atípica, sin militares por las calles y sin policía política, en un régimen colorista y feliz, en el que se nos ha domeñado para individualizarnos cada vez más y para que nos veamos rodeados de una ficción de aburguesamiento. Pero en realidad, estamos dominados. No por atípica esta dictadura es nueva, lleva mucho tiempo concebida y hace tiempo que existe. Hoy se recurre mucho a hacer comparaciones con la crisis del 29, pero lo que se nos oculta es una descripción explicativa de por qué surgió, cuáles fueron sus antecedentes y en qué desembocó. De un modo sucinto podríamos resumir que el modelo capitalista que venía desarrollándose en el siglo XIX hasta 1929 había pasado de la producción de bienes de primera necesidad a bienes de consumo general. Se creó la premisa de que a mayor producción mayores ventas. Había por tanto que inundar el mercado de productos. Para paliar la contrariedad de que no todo el mundo era capaz de costearse esos bienes había que producir a bajo coste y para ello era pieza clave el viejo modelo de explotación obrera: jornadas de trabajo eternas, carencia de regulación social del trabajo, sueldos míseros y condiciones de vida que hoy veríamos como tercermundistas. Ese modelo fue el que facilitó la aparición de las doctrinas obreras, dando aliento y válvula de escape a los explotados y fue caldo de cultivo para generar el concepto de revolución. El sistema capitalista capeó el temporal (salvo en Rusia en 1917) durante décadas gracias a la indiferencia gubernativa ante las huelgas y su alineamiento más o menos férreo con el “orden empresarial”. Pero en 1929 se abrió otro frente: la sobreproducción llegó a su límite, el mercado se colapsó, ya no había quien comprase y quiénes aún no compraban era porque no podían. Fiel a la ley de la oferta y la demanda los precios cayeron en picado, los artículos de consumo perdieron valor y con él las empresas fabricantes gracias a ese invento especulativo llamado bolsa. La ruina corría por el globo. Por tanto el sistema se quebraba por dos flancos, el que podríamos calificar como el suyo propio, su campo de juego, víctima de malas previsiones, y por otro desde el lado del descontento social; a los obreros explotados había que sumar miles de familias en ruina víctimas de la crisis. No debemos de olvidar el contexto histórico en que estamos, el periodo de entreguerras, y añadir el cataclismo económico a las consecuencias (también de base económica) que venían sufriendo los perdedores del 18 (en especial Alemania). Eran los años en que nuevas veleidades imperialistas florecían (Japón), en que mitos nacionales descargaban su ira contra enemigos externos e internos (Alemania nazi), y en que nuevos “ismos” asaltaban el estado para hacerlo renacer desde extremos opuestos (el fascismo italiano ya campaba a sus anchas, los bolcheviques habían dado a la luz la Unión Soviética y otros intentos había fracasado por diversas partes de Europa como la Revolución espartaquista que quiso aprovechar la derrota del 18 para hacer su revolución en Alemania). Por tanto nos encaminamos a una II Guerra Mundial que en sus raíces profundas guarda muchos ligámenes con causas socioeconómicas derivadas de la crisis y el hartazgo sistémico desde diversos frentes.
¿Y qué cambió en 1945? El capital comprendió que la inestabilidad social podía provocar guerras nefastas (no para la industria armamentística –se ha demostrado fehacientemente que una guerrita de vez en cuando les viene bien a unos cuantos para hacer dinero-), y que para que un sistema basado en el consumo a gran escala no volviera a quebrar había que mantener a una gran cantidad de asalariados con capacidad de gasto para mantener ese consumo y continuar la producción masiva de cosas. El desarrollismo es hijo de esto y el uso sistemático del concepto de progreso se liga al interés económico (y no a una concepción social de la política de izquierdas como aún se nos quiere hacer creer). No es casualidad que Estados Unidos pusiese tanto énfasis en la reconstrucción de Europa, los acuerdos de Versalles demostraron que no se podía dejar a los perdedores de una guerra abandonados a su suerte e hipotecados de por vida con unas sanciones estratosféricas, pero además se vio claramente que, ante el auge de la Unión Soviética se abría un nuevo frente geoestratégico y que la afiliación para la causa de Europa debía basarse en la asunción de la democracia capitalista como panacea del progreso. La estructura seguiría siendo la misma, pero cambiando algunos detalles, y en ellos está la génesis del modelo que ha llegado hasta hoy día. Ya en el 29 se empezó a utilizar la publicidad masiva como intento desesperado de dar salida a los bienes que cogían polvo en las estanterías y que sangraban el sistema. Ahí comenzó la importancia del bombardeo constante de hoy para que compremos sin descanso. Pero para que el consumo fuese generalizado había que soltar amarras con la explotación obrera, el sistema no podía mantener a una buena parte de su población como semi-esclavos, los trabajadores debían entrar a formar parte del cuerpo social de consumidores efectivos y para ello su poder adquisitivo debía crecer, había que poner en práctica leyes de protección laboral, social y salarial, había que poner en marcha el “estado de bienestar”, apoyado en socialdemocracias escarmentadas de la sangre vertida en pos del socialismo y el comunismo secular y en partidos liberales igualmente escarmentados por los excesos de la empresa capitalista feroz. La paz social se impuso como piedra clave del mantenimiento del sistema. Además, el neocolonialismo fue puesto en práctica como válvula de escape de las grandes corporaciones que en este “nuevo estado” vieron sus beneficios clásicos dejar de caminar de un modo tan boyante. Las emancipaciones nacionales no se vieron acompañadas de emancipaciones económicas, y las riquezas de América Latina y África continuaron bajo dominio extranjero, acentuadas más si cabe. El club Bilderberg, ese contubernio del dinero del que hoy cada vez oímos hablar más, pero seguimos sabiendo poco, nació entonces con la finalidad de controlar a nivel mundial los movimientos monetarios y los negocios de los grandes.
Este nuevo modelo aguantó bien durante décadas, pero el capitalismo, cuya razón de ser es la acumulación, no podía soportar durante mucho tiempo el hecho de saber que existían expectativas para seguir aumentando su riqueza y no aprovecharlas. Se comenzó a poner en cuestión el “estado del bienestar”, nacieron los neocons y las nuevas camadas ultraliberales se pusieron manos a la obra para empezar a desregularizar y demonizar al “estado paternalista”. Con Reagan y Thatcher a la cabeza comenzaron en los años ochenta nuevas prácticas del viejo capitalismo feroz. Sus huellas son rastreables y sus manifestaciones son muy evidentes, no hay más que mirar a nuestro alrededor:
- Se han privatizado empresas nacionales estratégicas, generalmente cayendo en manos de amiguitos y amiguetes, pero siempre bien colocados en la elite económica.
- Se dan pasos hacia la desarticulación del sistema de salud universal y las pensiones.
- Se apoya cada vez más la educación privada concertada y se depaupera la pública.
- Se externalizan cada vez más servicios oficiales de ayuntamientos y otras corporaciones públicas.
En definitiva se corre el rumor de que el Estado es una máquina de perder dinero y que todas estas cosas estarán mejor en manos privadas, olvidando lo que pasa cuando al sector privado le van mal las cosas, olvidando lo que puede pasar si la gestión privada aplica su sacrosanta ley de costes y beneficios. Estamos jugando con fuego con bienes de todos que costaron mucho conquistar.
Y mientras tanto se pare la GLOBALIZACIÓN. El último gran engaño, el último empuje hacia un sistema capitalista mundial sin fronteras, para que el dinero fluya de un lado a otro del planeta y las grandes empresas se apoderen de todo. Se nos vendió como un nuevo modo de entender el mundo, apoyado en la revolución tecnológica de las nuevas comunicaciones, en un paso de gigante hacia el enriquecimiento cultural, pero realmente ha supuesto un albadonazo a la cultura del dinero. Ha quedado de sobra demostrado que la globalización ha favorecido que la riqueza se acumule cada vez más en manos de menos. Las grandes muntinacionales se han fusionado y han fagocitado a las pequeñas, están destruyendo a ritmo vertiginoso los pequeños comercios y negocios, se están quedando con todo. Salid a la calle y mirad: siempre las mismas tiendas, siempre los mismos productos.
Pero para que esto sea posible es estrictamente necesario que el consumo se dispare. Por tanto seguimos manejando las mismas premisas que décadas atrás, pero como el capitalismo siempre quiere más había que inventar alguna nueva fórmula para que la inmensa mayoría de la población, occidental sobre todo, pueda consumir por encima de sus posibilidades: el crédito. No es un invento nuevo, pero ha sido en estas últimas décadas cuando se ha desarrollado de forma exponencial…e irracional.
Primero se nos ha bombardeado a publicidad, se nos han puesto los dientes largos con todo tipo de productos hasta que los hemos deseados y los hemos asumido como imprescindibles para nuestra vida cotidiana. En definitiva se nos ha generado un modo de vida a imitar. Por eso todos deseamos cosas, todos queremos un tele grande, varios coches por familia, varias vacaciones al año fuera de casa, teléfonos móviles a la última, tener quince pares de zapatos y muchos vestiditos en el armario, tener los mejores electrodomésticos. Todos queremos parecernos al señor del anuncio de la tele, aparentar ser prósperos, ser felices en lo material. ¿Pero eso es posible? Por supuesto. Ya lo decía Máster Card en aquel anuncio infame “CON LAS ILUSIONES DE TU HIJO NO SE JUEGA” o algo así decía mientras invitaba al sufrido padre a contraer una deudita pagando a crédito para que el nene pudiese vestir los últimos (y más caros) productos deportivos que visten sus ídolos.
Y así caímos en la trampa. Crédito, crédito, crédito. Los bancos tranquilos: “sus vidas están en nuestras manos, sus avales también”. Una pequeña ayudita: “crédito fácil”, dinero para todos, el consumidor es frágil, no piensa en los intereses, no lee la letra pequeña. Los pescaditos caen en la trampa, consumirán y consumirán, utilizarán nuestro crédito, se enterrarán con los intereses, trabajarán toda su vida para pagarnos a nosotros, y si por cualquier motivo no pueden pagar refinanciamos, eso sí, con mayores intereses y algunas comisioncitas extras por aquí y por allá. ¡VIVA LA USURA! Y mientras tanto a deslocalizar empresas, una vuelta al siglo XIX, a la búsqueda de países donde poder producir con sueldos de miseria productos de primer nivel para consumir en Occidente.
Y por si eso no fuera poco llegó la fiebre inmobiliaria. Todo el mundo comprando y vendiendo, generando créditos aún mayores, creando fortunas donde no las había, alcanzando cotas de paro inusualmente bajas gracias a un modelo temporal y efímero, alicatador de playas y costas, fagocitador del medio ambiente, pisos en alquiler por doquier, precios en alza, familias que para tener un techo necesitan dos sueldos, jóvenes imposibilitados para emanciparse, corrupción a la carta en ayuntamientos, recalifícame este terrenito…
Para cuando algunos quisieron dar la voz de alarma ya era tarde, y aunque no lo fuera pocos lo hubiesen oído, ciegos y sordos ante la orgía de bonanza. Además de no querer ver lo que estaba pasando no se sabía lo que ocurría con las maniobras paralelas del gran capital financiero, dedicado a mover de un sitio a otro dinero no existente, dinero que no se preveía iba a volver a la calle nunca, dinero ficticio para juegos de monopoly de los grandes ejecutivos. Bancos prestándose entre sí para vaya usted a saber qué compra de activos. Más dinero escrito en numeritos que real impreso en papel a la caza de beneficios multimillonarios año tras año. Y cuando explotó el escándalo de las subprime y hubo que empezar a hacer frente a pagos metálicos se encontraron con que no había y el cataclismo se puso en marcha hasta lo que hoy tenemos encima.
En Abril de 2008 la banca española expuso sus números: beneficio, por supuesto. Pero no tanto como lo habitual. Lo novedoso es que en aquel entonces tuvieron la desfachatez de pedir por vez primera al gobierno que había que ayudarles. ¿La banca pidiendo ayuda al Estado?, ¿a ese estado al que habían estado durante años pidiendo menos regulación, más libertad para sus especulaciones y chanchullos? ¿A ese ente que impide el libre y “natural desarrollo del mercado”? Su argumento es claro: son sector estratégico en la estabilidad del país y por tanto sería un suicidio dejarles caer. Y sin embargo…¿a quién le piden que gaste para reactivar el consumo que está en la base de la actividad económica? A nosotros, al ciudadano. Pero pese a ese rol clave en el sistema nosotros no somos sector estratégico, y si unos cuantos se quedan por el camino, pierden sus casas, sus negocios e incluso su vida no importa, somos muchos. ¿Por qué el señor Botín no se plantea avalar con sus bienes los problemas de su empresa en lugar de pedir ayuda a PAPÁ ESTADO? Nosotros sí que tenemos que hacerlo, ellos no, con los poderosos siempre hay trato deferente. Tuvimos que tragar con que en Estados Unidos se despidiese de sus empleos a los grandes ejecutivos que habían practicado esta economía dinamitera, pero se fueron con indemnizaciones multimillonarias y ahora están riéndose de todo en una playa cocotera. Aquí ya hemos tenido que tragar con que el Estado soltase una millonada para ayudar a los bancos. Con condiciones, eso sí. Tenían que reactivar el crédito a familias y empresas. ¿Lo han hecho? No. Están salvando sus números. Y el gobierno advierte, incluso la Unión Europea advierte, pero ellos se descojonan de todos.
Nos han embaucado, nos han engañado y ahora lo vamos a pagar. Y que alguien diga las cosas claras de una vez. En este mundo somos muchos para que haya para todos, y menos aún en un sistema hecho y pensado para el beneficio del rico. Las cosas nunca han ido tan bien como pretendían hacernos creer las maravillosas cifras macroeconómicas de las legislaturas de Aznar y la primera de Zapatero. Se han ido poniendo parches que distorsionasen la realidad. En el caso español todo comenzó con el mito del pleno empleo. España ha sido históricamente, desde siempre, un país con un paro estructural endémico. Nuestra riqueza natural y nuestro tejido industrial no daba para todos…por eso fuimos país de emigrantes. El sistema de empleo temporal que comenzó a instaurar Felipe González fue el primer paño caliente para maquillar los números. El empleo ascendía, pero los grandes informes no tenían en cuenta la precariedad y la temporalidad. Flexibilidad para el despido con el chantaje de promover la actividad empresarial, la inversión privada y la contratación. Luego el boom inmobiliario consiguió poner en el tajo a muchísima gente, atraer inmigrantes, conseguir nueva población que cotizase y pagase las pensiones de nuestros mayores, y así las cifras macroeconómicas seguían aumentando…pero la vida real, la microeconomía, el de pie de calle, navegaba en la deuda crediticia, maquillada como ya hemos explicado, pero viva gracias al circulante proveniente del crédito alegre. Cuando ese circulante ha cesado por las prácticas infames de banqueros e inversores todo se queda con el culo al aire. Cerrado el crédito que parecía eterno y nos mantenía a flote a muchos las empresas pequeñas quiebran y la gente va al paro, volvemos al desempleo estructural español de toda la vida al que hay que sumar el de los muchos inmigrantes que vinieron a salir de su miseria y a los que ahora se les rompe el sueño. Y el efecto miedo no ayuda, al que le queda algo le suena en la cabeza la campanita que advierte que es momento de nadar y guardar la ropa, y de ese modo caminamos hacia la parálisis y la tensión social.
Miremos de nuevo un poco alrededor. En este panorama ya hemos visto como en Inglaterra hay movilizaciones contra el trabajador extranjero, como se empiezan a proponer medidas proteccionistas del producto nacional, en Grecia ha habido disturbios de la izquierda anti-sistema y aquí ya se oyen por las calles comentarios del tipo “estos tíos están haciendo bueno a Franco”, lo cual no deja de ponerle a uno la piel de gallina. Si aquí el gobierno hace caso a los tiburones patronales que piden otro paso más hacia el extremo en la flexibilidad del despido, la huelga general será inmediata y comenzarán las tensiones sociales.
¿Qué va a pasar? Probablemente se estén buscando soluciones que hagan lo que se ha hecho hasta ahora: repensar el sistema sin salirse de él, buscar un parche duradero, que reorganice todo hasta que vuelva a quebrar la casa del rico. ¿Pero será suficiente? Ha sido tan flagrante lo que han hecho las altas esferas que muchos creen que no será bastante, que habrá que cambiar muchas cosas…pero dudo que lleguen al extremo de poner de una vez por todas coto al gran capital. El primer problema reside en que la política no se rige por principios políticos, sino económicos. El FMI, el Banco Mundial, la Unión Europea, los diversos grupos “G” son mucho más decisores que Naciones Unidas. Las grandes decisiones políticas están supeditadas en foros internacionales al refrendo del gran capital. De la derecha no espero nada, bueno, quizá sí, que no se deje llevar por oleadas populistas de corte extremo que tan fácilmente se expanden en momentos así. De la izquierda tradicional tampoco, y me refiero como tradicional a las socialdemocracias domesticadas que ya son amigas del rico. Hay que pensar en nuevos modelos que provengan de esa izquierda social insatisfecha, reivindicativa, denunciante, humanista y ecológica. Hay que repensar muchas cosas, hay que volver a leer a Marx, del cual se pueden discutir muchas cosas y responsabilizar por otras tantas, pero al que no se le puede negar su espléndido análisis del capitalismo (que el arzobispo de Munich lo citase para condenar las prácticas financieras amorales es todo un síntoma) y dejar de leerlo por las esquinas a escondidas (sobre todo desde la caída del Muro). Hay que poner coto a la cultura del dinero, la posesión acumulativa, la especulación, la explotación del Tercer Mundo y el deterioro del planeta. Parecen muchas cosas, pero todas tienen nexos. Hay que pensar en el mañana de forma nueva y, sobre todo, se necesita volver a movilizar políticamente a la gente. Precisamente esta desmovilización y la desinhibición de los asuntos públicos ha sido otro de los grandes triunfos del sistema: que la gente se aburra con la política, que vote, pero que no esté activa. ¡Cuánto nos cuesta salir a la calle! Es más, con ese tedio pocos son los que entienden que la política es fundamental en la vida de cada uno de nosotros, y que participar debiera ser un deber cívico para todos. Así vemos como hay gente que se quiere dedicar a la política para hacer de ella su modo de vida y otros que recurren a ella para afianzar e incrementar sus negocios y chanchullos así como los de sus próximos. Hay que redefinir muchas cosas.
Si tuviese las respuestas no estaría dándome de cabezazos contra las paredes viendo mi ruina personal y familiar; estaría recibiendo el premio Nobel. Pero lo que tengo claro es que tenemos encima una crisis de una incertidumbre monumental y que si no queremos consecuencias indeseables para todos habrá que ponerse manos a la obra. Habrá que activar foros de debate, habrá que ver si los políticos responden (nuestro querido Obama parece querer ponerse manos a la obra, pero a ver hasta dónde llega o le dejan, como también es cierto que Zapatero parece no querer ceder a ciertas presiones), y si no responden la sociedad que realmente quiera un cambio deberá hacerse oir. Imaginad que de pronto todos DECIMOS NO A LA DICTADURA BANCARIA, nos negamos a seguir llenándoles los bolsillos con sus intereses usureros y chantajistas, NOS NEGAMOS A PAGAR UN CÉNTIMO MÁS a su extorsión y ponemos el sistema patas arriba, ¿nos escucharán entonces? ¿qué van a hacer los bancos? ¿quedarse con todas nuestras casas? ¿a quién se las venderían? ¿nos meterían a todos en la cárcel? ¿a medio país?
Que alguien pare esta sangría. Que les frenen los pies. Que no nos estafen nunca más. Que no cabalguen libremente en su propio beneficio otra vez. Que el estado regule sus normas, comisiones, intereses e inversiones. Que los controlen porque son peligrosos.